Embrujo del ajenjo
Varios lectores me hicieron preguntas acerca de aquella bebida, la que estuvo en su auge cuando el poeta Paul Verlaine con su pareja Arthur Rimbaud, así como Baudelaire y Van Gogh fueron sus más famosos consumidores. El ajenjo es un licor de fuerte grado alcohólico a base de anís verde y otra hierba llamada Artemisia absinthium. Los pintores impresionistas la adoptaron, tenemos un curioso cuadro hecho en 1876 por Édgar Degas llamado precisamente El ajenjo. Los dos personajes retratados (una actriz y un pintor) están a toda luz presos del alcohol, lo que Degas expresó a través de sus miradas ausentes, su estado de decaimiento, sus rostros adormecidos.
En el albergue de Auvers sur Oise, pueblito cerca de París donde vivió sus últimos días Vincent van Gogh y donde se suicidó frente a un campo de trigo, pude adquirir una copa idéntica a la que usaba para tomar su licor preferido. También encontré la pequeña paleta agujereada, cucharita con orificios sobre la cual se ponía un terrón de azúcar. Se vertía el ajenjo lentamente para que atravesara el azúcar. Teniendo el licor 70 grados (cuando un whisky anda alrededor de los 40) se añadía cierta cantidad de agua.
No es fácil conseguir tan mítica bebida, sin embargo, logré adquirirla de nuevo hace años en el aeropuerto de Río de Janeiro. En Europa se la puede conseguir con 30 euros. Una variedad rebajada a 40 grados, muy común en Francia, sigue siendo el anisado de las marcas Pernod o Ricard. Los árabes elaboran excelentes productos, conseguí el Arak Razzouk y el Gantous Abou Raad, para mí dignos de encomio, ambos hechos en Líbano.
El poeta Raúl Ponchon dedicó un soneto a tan prestigioso licor.
Los últimos versos rezan: “O recurso de los malditos, poco importa que seas un vano paraíso si logras satisfacer mis anhelos, me haces soportar la vida acostumbrándome a la muerte”. El anís se usa mucho en medicina como antidiarreico, pues para calmar los cólicos se recomienda el elíxir paregórico de idéntico sabor, pero siendo en cambio mezcla de opio con alcohol. Acabo de encontrar la autorizada opinión de Oscar Wilde: “Después del primer vaso uno ve las cosas como le gustaría que fuesen, después del segundo se ven cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tales como son y es lo más horrible que puede suceder”.
Hay algo de alquimia en la preparación. Las gotas de ajenjo de color verde pasan a través del azúcar y al mezclarse con el agua adquieren un tono lechoso blanquinoso. Ciertas personas añaden azúcar. En ciertos bares de Buenos Aires conseguirán su ajenjo por 60 pesos (unos 11 dólares). Se siente fresco, produce una sensación de frío, pero a la vez de dulce. En caso de sobredosis, el chuchaqui es cosa muy seria.
El ajenjo bautizado como hada verde (la fée verte) gozó de una fama enorme en la década del ochenta. Esta bebida “sensual y demoniaca” (Rimbaud) desencadenó olas de borrachera en toda Europa. Le atribuyeron poderes alucinógenos y hasta la culparon de asesinatos.
Se dice que fue bajo los vapores del ajenjo que Van Gogh se cercenó el lóbulo de la oreja (y no la oreja entera como se suele creer). Los franceses hicieron con él juegos de palabras como por ejemplo: “Dans le doute absinthe toi” (en la duda toma ajenjo), ya que absinthe toi se parece a abstente. Es muy conocido el poema de Baudelaire dedicado a la borrachera: “Hay que estar siempre ebrio: todo estriba en ello. Para no sentir el peso del tiempo que quiebra su espalda, hay que embriagarse sin cesar”.
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