Los chinos se adueñan de viñedos franceses
En la sede del legendario Château Lafite hubo lo que llamamos un chinese party o sea una pachanga con camarones en salsa con especias y vino Château Latour 2008. Llovía a cántaros sobre las viñas aquella noche, pero en la antigua construcción de piedras rubias, a unos quince kilómetros de Bordeaux, el sindicado viticultor se hallaba en efervescencia. En la sala de recepción, profesionales chinos y franceses peroraban amistosamente, copa en mano, mientras en el escenario la cantante asiática Li Lijuan vestida de seda escarlata entonaba bossa nova en el idioma mandarín.
Un viticultor dijo: “Debemos mimar a los profesionales chinos pues son nuestros mejores importadores”. Por primera vez acontece aquel coqueteo comercial. La operación seducción consiste en demostrar a los chinos que una botella valiosa puede ser muy adecuada para los banquetes que tanto aman los asiáticos. Curiosamente fue un proveedor chino el encargado del bufé en la cocina del castillo. Frente a las mesas cubiertas con vituallas de toda clase, pequeños grupos se formaban y parecían divertirse mucho.
Los chinos se empeñan en comprar dominios muy renombrados, de ahí las tensiones que notamos en Saint Emilion o en Pomerol. Es el choque de dos culturas, porque los franceses consideran su Cheval Blanc, su Petrus (miles de dólares por una sola botella) como patrimonio nacional. En menos de cuatro años, los chinos se han adueñado de cincuenta châteaux y parecen dispuestos a comprar muchos más.
En materia de producción y consumo, China es el mercado más promisorio para el futuro. Los acaudalados chinos se precipitan sobre los vinos de Borgoña o de Burdeos, para ellos es prestigio occidental como la alta costura. Así lo afirmó Xavier de Eizaguerre, promotor de una Vinexpo en Pekín después de la de Hong Kong. Detrás del juego económico se halla la presencia masiva de los inversionistas. La forma de la botella importa mucho para los distribuidores chinos, pero los viticultores protestan diciendo que los nuevos propietarios serán incapaces de perpetuar la gran tradición bordelesa. En aquel clima de sospechas, la agresión en la noche del 14 de junio de parte de seis estudiantes chinos a unos enólogos de Château de La Tour Blanche ha causado revuelo en vísperas de la exposición. Ebrios, los tres sujetos profirieron, supuestamente, insultos cargados de xenofobia. Por colmo de mala suerte, una de las agredidas y herida en el rostro resultó ser hija de una personalidad política china del más alto nivel.
Lo medular del asunto es que China importó en el 2011 la bagatela de mil millones de botellas o mucho más. La susceptibilidad gala y el orgullo nacional de los franceses tendrán que vérselas con grandes capitales invertidos, En realidad el asunto no es nuevo porque varias firmas de Cognac han sido absorbidas por grandes transnacionales como Seagram. Los precios se han disparado, el mercado se ha multiplicado. Los chinos importan el 10% de los vinos elaborados en la región de Bordeaux.
Pienso que debemos mirar con optimismo hacia los vinos californianos, australianos, sudamericanos o neozelandeses, por no decir los de África del Sur, cuya calidad llega a ser excelsa. En varios concursos europeos, vinos como Seña, Chadwick, Kai superaron en cata ciega a los íconos franceses de Margaux o Lafite Rothschild. Eso puede explicar por qué en Ecuador una botella de Chadwick llega a costar $ 220. Al que le guste celeste que le cueste. Recuerden que siempre existe un vino bueno al alcance de su presupuesto. Prueben por ejemplo la gama de Chakana, Trapiche o de Doña Paula, entre tantos. Y no tengan prejuicios frente a nuestro Chardonnay Enigma, nuestros tintos Paradoja o Travesía, orgullosamente ecuatorianos.
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