De algunos guayacos...
Vuelven los días del blanco y celeste una vez más. Y una vez más nos enorgullecemos de los eventos en Las Peñas, de la espumilla, de los conciertos en las calles, de las obras de Teatro, del discurso del mostacho, de lo lindo que es el Parque Histórico.
Vemos a nuestra Gloria vestirse de nuevo de verbena, a Juan Pueblo que se reactiva, comemos el mango con sal que en este mes sabe más rico, escuchamos a toda hora las canciones de la ciudad y en todo sitio.
Vuelve la ciudad a sentirse importante, el ciudadano promedio se hincha como fragata magnífica con el orgullo de ser guayaquileño.
Lo que a mí me sorprende en realidad es que parte de todo este guayaquileñismo y honra es ver lo descarados que somos. Y ese descaro es para muchos motivo de orgullo.
Hay hartos que se precian de pasarse la fila en el banco o de parquearse en el puesto de los discapacitados, y con tal cara de tuco que aparte de hacerlo, llegan a la ofi a contarlo como hazaña.
O el que se siente importantísimo de haber conseguido entrada gratuita a un evento. Qué importa que la invitación estaba a nombre del jefe o de algún pariente, lo que cuenta es que se asistió grateche, es largo más pilas que el resto.
Qué tal es que se siente un gran bacán cuando logra que en el restaurante de la amiga le vendan un trago en domingo, aunque personalmente creo que esa ley es una ridiculez, es muy tonto que se crean lo máximo porque hacen a su ser querido infringirla solo para darles el gusto.
Dicen que guayaco que se respete tiene teléfono moderno, no importa a qué precio ni si se dejó de pagar la pensión del colegio de los hijos. No es para nada malo haberlo “mandado a encargar” o comprarlo “usado”, por no decir “robado” en la Bahía, lo importante es que se tiene el teléfono en el bolsillo.
La guayaca que cuernea al marido, o lo que es mejor, la que roba marido, no solo se va de viaje, sino que lo turquea en las redes sociales, para que todo el mundo se entere de lo bacán que es, y todo lo que ha logrado. Qué importa el daño que haga al resto, total ella ya lo está disfrutando.
Y aquel ejecutivo que se lleva una platita perjudicando al resto es considerado un duro, pasa de media clase a vivir en las mejores urbanizaciones en Samborondón, de tener un quiosco de comida en la calle a un ser un gran magnate.
Aunque amo mi ciudad y en muchas cosas a su gente, no hay que olvidarse que eso del descaro está bastante sobrevalorado.
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