El verdugo sonriente
El malo no siempre es feo, ni grita, ni agrede. Hay seductores y seductoras que envuelven en todo ámbito, como cirujanos de alta tecnología. Las bambalinas a veces brillan mucho más que el oro.
No hay mayor agresión que la manipulación y ceder ante ella; infinidad de veces nos hacemos los locos frente a señales de todos los colores que nos dicen que estamos siendo usados inmisericordemente. La automanipulación es la más perversa.
Es común oír: “¡¿Por qué dejaste a ese hombre taaan bueno?!”. Porque tú eres la loca de la casa; pero ¿por qué te volviste loca? Y ese trabajo espectacular que tenías, “¡¿cómo fuiste capaz de renunciar?!”. Los maquiavelos abundan y muchas veces hablan bajito, pausadamente, pero no olvidemos que nadie puede hacer el papel de malo si no hay a quién hacerle la maldad.
Muchas veces aplicamos la ley del embudo al revés, con lo angosto apuntando hacia nosotros, porque somos tan cool, frescos, que dizque no nos importa. Lo justificamos todo diciendo que el otro no lo hizo con mala intención, que es una buena persona, pero está confundida o equivocada. En realidad no estamos justificando a la otra persona, nos estamos justificando a nosotros mismos.
Pero no tenemos que seguir con un ‘pegue, patrón’ eterno. ¿Por qué tenemos que tolerar y tener paciencia si lo que realmente queremos es salir de eso lo antes posible para estar en paz? Paciencia, ¿para qué?, ¿para con quién?, ¿para saber cuánto más podemos soportar?, ¿para medir nuestro umbral del dolor? La paciencia tampoco es con el otro, siempre es con nosotros por aguantar, pero da igual.
Tenemos derecho a cambiar de opinión en diferentes aspectos de nuestra vida. No debemos estar atados eternamente a ninguna decisión que hayamos tomado en el pasado. Hasta a los condenados se les reduce la pena por buena conducta. Ya basta de andar dizque perdonando a diestra y siniestra, perdona desde lejitos si quieres sanar, pero no te quedes por más de lo mismo que ya no quieres.
En realidad, a menudo o por excepción, somos lobos disfrazados de ovejas, pero también somos ovejas disfrazadas de lobos. Nuestros verdugos somos nosotros mismos por permitir y por permitirnos, somos una especie de fusión entre verdugo y víctima.
¿Por qué nunca es demasiado tarde para cambiar esto? Porque nunca es demasiado temprano tampoco. Y entonces, ¿quién es más verdugo: el que lo intenta o el que lo permite?
Cuando veas a otro lobo merodeando, piensa que el lobo eres tú. Ya sabes lo que tienes que hacer contigo.
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